EL PODER DE LAS PLANTAS



La llegada de los españoles a América supuso un nuevo hito en el particular mundo de las plantas. Desde los primeros viajes de Colón se puso de manifiesto el intercambio cultural entre dos mundos, el Viejo y el Nuevo, que tenían mucho que compartir. 
El atractivo del mundo americano para los europeos fue evidente desde los primeros años del siglo XVI. Se publicaron numerosas obras destinadas a describir nuevas plantas alimenticias, alucinógenas y medicinales. De esta forma, el espectro mágico del mundo vegetal aumentó de manera considerable.

Considerando la Ley de Analogía, somos pequeñas células ligadas a un gran organismo que es la Madre Tierra y Ella a su vez es otra pequeña célula de ese otro gran organismo que es el Sistema Solar y Él a su vez es otra célula de ese otro gran organismo denominado Universo. Evolucionando entendemos nuestro papel dentro de todo este sistema. Así ya no somos más el objeto inconsciente de las fuerzas de la vida sino que interactuamos conscientemente con ellas.
En tanto que reconociendo lo que esencialmente somos empezamos a vivir bajo las Leyes Divinas y nuestro accionar es el del Creador, el del Único, expresado en ese gran pedacito de Cielo Divino que nos cobija y que es nuestro núcleo más interno de vida. Así la Luz cubre a la oscuridad que no es el mal sino la ausencia de conciencia.
Así, evolucionando, entendemos que este pequeño lugar donde vivimos nuestras vidas es el lugar perfecto para vivir nuestro desarrollo evolutivo consciente.
Si comprendemos al universo como un gran organismo donde todo está sistémicamente interrelacionado podremos comprender la visión terapéutica de los pueblos ancestrales o de la Homeopatía, que desde su visión filosófica-terapéutica han planteado que lo digno de curar es el desequilibrio integral del ser, es decir todo lo que atañe directamente a un organismo múltiple que además de tener un cuerpo de expresión físico cuenta con cuerpos mental y emocional y campos de expresión energéticos magnéticos que los regulan y que además -como organismo es una pequeña célula de ese otro gran organismo sistémico llamado universo.
Así las cosas podremos entonces considerar a la “enfermedad” más allá de ser un factor des- estabilizante como un factor equilibrante en función a regresarnos, a través de lo que ella expresa, al ritmo natural perdido en nuestra vida. La enfermedad expresa como un todo nuestro dis-tono con el tiempo real y la regularidad de este Universo-Conciencia, y si lo único que hacemos para tratar de paliar sus efectos es utilizar un modelo coercitivo estamos haciendo más grande la herida, más hondo el desequilibrio, más vulnerable nuestro existir.
Las virtudes, ocultas y manifiestas, de las plantas hacían de sus conocedores, personas con un extraordinario poder en las sociedades de todas las épocas. Distinguir un hongo venenoso de uno beneficioso era tan
fundamental como saber elegir la especie vegetal más apropiada para curar un catarro.
El conocimiento botánico quedó circunscrito, de forma tradicional, a determinados colectivos humanos.
Las culturas arcaicas lo depositaron en el chamán, a medio camino entre el sacerdote, el mago y el curandero.
Los griegos antiguos contemplaron la figura del rhizotomo, experto en herboristería medicinal, y el pharmacopola, conocedor y traficante de los medicamentos vegetales, más próximos a los actuales drogueros.

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