HISTORIA DE LAS PLANTAS IV
La
llegada de los españoles a América supuso un nuevo hito en el particular mundo
de las plantas.
Desde los primeros viajes de Colón se puso de manifiesto el intercambio
cultural entre dos mundos, el Viejo y el Nuevo, que tenían mucho que compartir.
El atractivo del mundo americano para los europeos fue evidente desde los
primeros años del siglo XVI.
Se publicaron numerosas obras
destinadas a describir nuevas plantas alimenticias, alucinógenas y medicinales.
De esta forma, el espectro mágico del mundo vegetal aumentó de manera
considerable.
Considerando
la Ley de Analogía, somos pequeñas células ligadas a un gran organismo que es
la Madre Tierra y Ella a su vez es otra pequeña célula de ese otro gran
organismo que es el Sistema Solar y Él a su vez es otra célula de ese otro gran
organismo denominado Universo. Evolucionando entendemos nuestro papel dentro de todo
este sistema. Así ya no somos más el objeto inconsciente de las fuerzas de la
vida sino que interactuamos conscientemente con ellas.
En tanto que
reconociendo lo que esencialmente somos empezamos a vivir bajo las Leyes
Divinas y nuestro accionar es el del Creador, el del Único, expresado en ese
gran pedacito de Cielo Divino que nos cobija y que es nuestro núcleo más
interno de vida. Así la Luz cubre a la oscuridad que no es el mal sino la
ausencia de conciencia.
Así,
evolucionando, entendemos que este pequeño lugar donde vivimos nuestras vidas
es el lugar perfecto para vivir nuestro desarrollo evolutivo consciente.
Si
comprendemos al universo como un gran organismo donde todo está sistémicamente
interrelacionado podremos comprender la visión terapéutica de los pueblos
ancestrales o de la Homeopatía, que desde su visión filosófica-terapéutica han
planteado que lo digno de curar es el desequilibrio integral del ser, es decir
todo lo que atañe directamente a un organismo múltiple que además de tener un
cuerpo de expresión físico cuenta con cuerpos mental y emocional y campos de
expresión energéticos magnéticos que los regulan y que además -como organismo
es una pequeña célula de ese otro gran organismo sistémico llamado universo.
Así
las cosas podremos entonces considerar a la “enfermedad” más allá de ser un
factor des- estabilizante como un factor equilibrante en función a regresarnos,
a través de lo que ella expresa, al ritmo natural perdido en nuestra vida. La enfermedad
expresa como un todo nuestro dis-tono con el tiempo real y la regularidad de
este Universo-Conciencia, y si lo único que hacemos para tratar de paliar sus
efectos es utilizar un modelo coercitivo estamos haciendo más grande la herida,
más hondo el desequilibrio, más vulnerable nuestro existir.
Las virtudes,
ocultas y manifiestas, de las plantas hacían de sus conocedores, personas con
un extraordinario poder en las sociedades de todas las épocas. Distinguir un
hongo venenoso de uno beneficioso era tan
fundamental como
saber elegir la especie vegetal más apropiada para curar un catarro.
El conocimiento
botánico quedó circunscrito, de forma tradicional, a determinados colectivos
humanos.
Las culturas
arcaicas lo depositaron en el chamán, a medio camino
entre el sacerdote, el mago y el curandero.
Los griegos antiguos
contemplaron la figura del rhizotomo, experto en
herboristería medicinal, y el pharmacopola, conocedor y
traficante de los medicamentos vegetales, más próximos a los actuales
drogueros.
Las sociedades
medievales comenzaron a distinguir entre lo que podría llamarse un conocimiento
botánico culto, depositado en manos de médicos y boticarios, dedicados al
diagnóstico y tratamiento de las enfermedades, y una sabiduría popular,
representada por las hechiceras y brujas, las mujeres sabias que ayudaban en
sus enfermedades y mal de amores al amplio colectivo campesino que no podía
pagar los excesivos emolumentos de médicos y boticarios, oficialmente aprobados
para ejercer sus oficios.
“Lo que es abajo
es arriba” reza el axioma de Hermes Trimegistro y su significado está ligado a
todo esto.
Somos tanto arriba
como abajo. Somos un todo con la maravillosa expresión múltiple que es el
universo; con la posibilidad magnánima de ser Uno con el Todo y a su vez ser
individualidades álmicas en proceso de desarrollo, en crecimiento, en
evolución, caminando al ritmo de la mecánica celeste, del ritmo de la sinfónica
interna de la vida que es la Voluntad Divina de la Mente Divina llamada Dios
para quienes somos profundamente creyentes, o Energía Vital para quienes
consideran a la vida como un simple campo de manifestación energético.
Hoy
en día sabemos que la actividad terapéutica de una planta viene determinada por
la presencia de uno o varios principios activos, moléculas responsables de la
acción terapéutica beneficiosa.
Así, la corteza de
sauce, utilizada desde la antigüedad como febrífugo y analgésico, debe su
actividad al ácido acetil salicílico, principio activo que todos conocemos bajo
su comercial denominación de aspirina. ¿Por qué empezó a utilizarse en
terapéutica? La razón principal fue el lugar donde crece: zonas pantanosas. Si
el árbol resiste tanta humedad, pensaron los médicos, servirá para combatir sus
efectos sobre el cuerpo humano. Así fue.
Los principios
activos de las plantas son sustancias químicamente bien definidas y con
actividad farmacológica y provienen de lo que se ha denominado metabolismo secundario
que tiene como misión crear condiciones de defensa o mecanismos de defensa,
estímulo de funciones y supervivencia para ellas.
Las plantas debían
recogerse, por regla general, cuando hubiesen llegado a su madurez. Según la
parte del vegetal empleado en terapéutica (raíces, tallos, cortezas, yemas,
hojas, flores, frutos o semillas) variaba el momento de recolección. Posteriormente
se procedía al correcto secado, que dependía también de cada tipo de planta; la
trituración, necesaria para permitir un aprovechamiento máximo de los
principios medicinales y, por último, la conservación, siempre en lugares secos
y poco ventilados o bien mediante el uso de envases herméticos.
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