HISTORIA DE LAS PLANTAS I
Todos los pueblos antiguos y aborígenes decían que habían aprendido
estos
Los druidas y los brujos eran los botánicos y
jardineros de su tiempo, y ejercían un gran poder sobre las creencias de las
personas debido al gran conocimiento que habían adquirido de plantas y semillas
así como de sus aplicaciones.
usos de las propias plantas. Aseguraban que para lograr esto no se valían
de las capacidades analíticas del cerebro y que tampoco utilizaban el
método de tanteo.
En lugar de ello, decían que estos conocimientos provenían del corazón del mundo, de las
propias plantas. Porque, insistían, las plantas nos podrían hablar
si fuéramos capaces de responderles en el estado mental adecuado.
Si
bien los pensadores occidentales en los últimos 200 años han
desechado estas afirmaciones (por considerarlas diatribas supersticiosas
de pueblos poco sofisticados, no cristianos y poco científicos), resulta
muy curioso comprobar que las culturas antiguas y aborígenes de la Tierra,
en épocas y lugares geográficos muy distintos, digan todas lo mismo.
Evidentemente, no es posible que todos los seres humanos que jamás hayan
vivido tengan el mismo nivel de ignorancia como para haber proyectado
sobre el mundo exactamente el mismo tipo de pensamientos ilusorios o
supersticiosos.
Del mismo modo, es evidente que todos los seres humanos que hemos
vivido en los últimos 200 años, y especialmente en el último siglo, no
podemos habernos vuelto de pronto tan sabios e inteligentes que sólo
nosotros entendamos la verdadera naturaleza de la realidad.
Los miles de millones de personas que vivieron antes que nosotros no pueden haber estado
tan profundamente equivocadas.
Lo cierto es que esta capacidad de aprender directamente del mundo y
de las plantas nunca se ha circunscrito a las culturas antiguas y aborígenes,
aunque no sea común hoy en día.
Fue utilizada por el gran poeta alemán Goethe a principios del siglo XIX en
su descubrimiento de la metamorfosis de las plantas, por Luther Burbank a
principios del siglo XX en su creación de la mayoría de las plantas
alimenticias que hoy en día consumimos como si fuera lo más natural del
mundo.
Fue utilizada por George Washington Carver en su labor de desarrollo
del cacahuete como alimento, y actualmente la utiliza Masanobu Fukuoka, el gran
agricultor japonés, para crear cultivos que siempre rinden más que los cultivos
de agricultores que utilizan métodos más científicos.
La misma capacidad fue utilizada por Henry David Thoreau, quien era
mucho más que un simple naturalista, e incluso por Barbara McClintock,
quien ganó el Premio Nobel por su labor relacionada con los transposones y
la genética del maíz. Lo cierto es que esta forma de acopiar conocimientos
es inherente a la manera en que estamos estructurados como seres humanos.
Nos parece tan natural como los latidos de nuestros corazones.
Se trata de una cognición que no es de un carácter vago o indefinido,
como a menudo afirman los reduccionistas.
Este acopio de
conocimientos directamente de la dimensión silvestre del
mundo se denomina biognosis (que significa “conocimiento proveniente de la vida”) y, como
es un aspecto de nuestra naturaleza humana que es inherente a
nuestro cuerpo físico, es una aptitud que todos tenemos la capacidad de
desarrollar. De hecho, todos la usamos (aunque sea en grado mínimo) en
nuestras vidas cotidianas sin ser conscientes de ello.
Es imperativo
que, como especie, recuperemos esta antigua modalidad de cognición.
A fin de corregir este desequilibrio, debemos
recuperar la sensatez, rescatar la capacidad que todos tenemos de ver y
entender el mundo que nos rodea (una capacidad que se ha ido incorporando
en nuestro ser a lo largo de la evolución) en formas mucho más sostenibles.
Tiene que ver con nuestra interconexión con
la red vital que nos rodea, con la totalidad, en lugar de concentrarse en
sus partes.
Con la propia travesía humana en que
todos participamos.
El restablecimiento de nuestra propia
conexión a tierra, de la que provenimos y a partir de la que se ha
expresado nuestra especie a lo largo de la evolución, nos abre a
dimensiones de la experiencia que son esenciales para poder llegar a la
máxima expresión de nuestro ser. Sin embargo, para comprender cómo es
posible acopiar conocimientos del corazón del mundo, sin el dominio de la
mente, es fundamental empezar por
entender dos cosas: que la Naturaleza no es lineal y que el corazón es un
órgano de percepción.
La aplicación de las plantas a la magia viene de largo.
Durante siglos se han utilizado para alcanzar distintos objetivos: como
amuletos contra la mala suerte o como protección contra las tormentas que tanto
les asustaban.
También, era muy usual la elaboración de filtros de amor con plantas y
hierbas que creían milagrosas para obtener el favor de la persona deseada. La
Verbena era una de las plantas más utilizadas para este propósito.
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